Durante mucho tiempo, el diseño de los espacios estuvo atravesado por un sesgo: pensados para roles asignados, como cocinar, planchar o cuidar, pero no para potenciar la autonomía, la creatividad o la toma de decisiones.

Eso dejó huellas profundas en la manera en que habitamos. Hoy sabemos que el entorno tiene el poder real de influir en nuestras emociones, activar o bloquear procesos creativos y moldear nuestras decisiones cotidianas.

La luz, los sonidos, las texturas, los recorridos. Cada estímulo que nos rodea impacta en nuestro estado interno. Pero más allá de lo sensorial, lo que verdaderamente transforma es cómo diseñamos: si escuchamos con empatía, si evitamos imponer un único modo de habitar, si abrimos espacio para que cada persona pueda ser fiel a su manera de estar en el mundo.

Revisa la entrevista completa en este elnace