Duele sentir que tenemos que dividirnos o levantarnos para hacer, que es lo mismo.

Duele fingir, cumplir, insistir, controlar.

Te quita poder mirarte desde los ojos o expectativas de alguien más. 

Enceguece estar llena de pensamientos, mandatos, creencias y patrones impuestos por mundos que aún duermen sin saber que andan anestesiados creyendo que avanzan. 

Duele el dolor, cuando no soy consciente de él.

Pero quizá ya estás lista. Quizá recordaste tu poder. A través de una canción, un libro, un desajuste en tu vida de siempre que te frena de golpe. 

Algo pasó, porque tu Alma se hizo escuchar. Tal vez no de la forma que te hubiera gustado, pero ella sabe lo que tu camino necesita.

Y en su sabiduría, se nutre de una poderosa intención: que puedas un día despertar a la inspiración de preguntarte: ¿Quién eres cuando no haces?. 

Si, te habla a ti, que quizá hoy te midas a diario.  Sii, para ti son estas palabras. 

Porque vivimos inmersas en un mundo que ama medir. Nuestra vida es juzgada en días, kilometros, seguidores, cantidad de zapatos, kilos, facturación…

Y a ello le ponemos el título de resultado.

Y a la suma de resultados, lo llamamos vida. 

Y pasa que un día, luego de romper el cascarón que oprime y nos deja pequeñas, algo se quiebra en nosotras, y la luz (o la consciencia) ingresa por esa herida.

Y duele. Porque parece que siempre queremos más. Y más rápido. Y más lejos. Y más…

Y mientras tanto, la vida.

Y mientras tanto, me dejo para después. 

Y sigue doliendo, pero le encuentro sentido. Me entrego. Me escucho.

Y esta vez, el dolor te recuerda que no eres eso que sientes que te sucede. Te grita que eres presencia, poder, paz.

Que eres creatividad, amistad, voluntad, resiliencia. Generosidad, escucha, confianza, y autenticidad.

Y ya dejas de identificarte con tus logros. Que no quiere decir que no los alcances, sino que ellos no te definen. Y entonces pasas de una vida de metas, a un camino desde el presente, que no tiene comienzo ni fin. 

Y que para andarlo despierta, solo necesitas aprender a sentirlo.

Siento a veces que se nos exige ser líderes. Viéndolo así, el mensaje es: “no eres nadie hasta que no llegues.”

Y ya no hay tiempo para que sigas actuando para encajar. Para cumplir. Para llegar.

Pasó la anestesia, estás llamada a trascender. A liderar, pero porque es tu derecho de nacimiento, no un título habilitante de etiquetas sociales sin sentido.

Liderar es eso: conocerte, sanar, aceptarte, y brillar para iluminar a quienes aún siguen con la cabeza gacha intentando sobrevivir. 

Liderar no es andar por la vida imponiendo maneras. Ni sentirte por encima o debajo de nadie. Liderar no es correr sin parar, producir a cualquier precio, ni postergar mirar a los ojos a aquellas personas que amas y te aman.

Liderar es servicio. Humildad. Entrega. 

Liderar es arrodillarte ante la vida, rendida en amor, dispuesta a ser canal de cocreación. 

Liderar es amarte. Y desde ese estado, salir al encuentro con otros. 

Y tú naciste perfecta. Entera. Completa. Sin tiempo, sin forma, sin destino.  Limpia, vacía, desnuda. 

Perfecta porque naciste entregada a la vida. 

Perfecta porque en ese vacío está el verdadero potencial. Perfecta porque viniste libre de máscaras, y así deberíamos “irnos”.

Cuando recuerdes que no sos tu trabajo,

cuando te entregues en confianza a la vida,

cuando te reconectes con todos tus sentidos, y en presencia, cuando observes tus pensamientos, cuando vivas agradeciendo,

cuando ames tanto la vida que aceptes sus desafíos con humildad,  cuando seas desde el servicio y el impacto…

En ese momento, en esa misma respiración, habrá un solo logro que cobrará sentido para

tu ser laboral: el de saber que estás haciendo

desde la persona que eres.

Por eso, te invito a volver a hacerte esa pregunta: ¿quién eres cuando no haces?.

Porque detrás de esa pregunta, se encuentra tu propósito profesional. Porque en esa respuesta, está el Ser listo para ser escuchado, y desde allí manifestado a través de tu acción. 

Acción inspirada. Acción desde el Espíritu. Acción consciente. Sana y en amor. Para ti, y para otros.

En esa acción se esconde tu impacto, tu poder, tu honor, tu presencia, tu “para qué”.

Y eso, algunos lo llamamos el propósito de vida. 

Ya estás lista para respirar esa aventura. 

No lo dudes ni una respiración más.

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